Historia de un alzamiento

Es domingo y son las cuatro y media de la tarde. Cada uno de los músculos que se flexionan y estiran para empezar a esbozar ese gesto del lenguaje no verbal panhumano que es la sonrisa comienzan su ritual en mi cara: se acerca la hora feliz. Cada domingo, las mujeres que formamos Vanguardia Feminista tenemos nuestra reunión semanal, en la que dialogamos, decidimos, actuamos e incluso, cómo no, debatimos. Miro hacia atrás en la línea del tiempo y puedo ver claras todas mis huellas, las marcas del paso firme y fuerte y también las del paso débil, así como las de las cojeras ocasionales… y vuelvo a sonreír.

En Vanguardia Feminista no podemos tocarnos, ni abrazarnos cuando lloramos, no podemos usar el sentido del tacto, el sentido humano más desarrollado, según algunas autoridades, en nuestras comunicaciones y, sin embargo, en este año de gloria, me he sentido acariciada y arrullada en todas y cada una de esas cojeras, en todos esos pasos indecisos y temerosos, cuyo reflejo me devuelven las huellas cuando miro hacia atrás. No he recibido ninguna verbalización azucarada y vacua, de esas que la socialización incrusta en nuestro comportamiento comunicativo habitual, pero he tenido una red irrompible tejida desde la militancia en la que he caído en cada envite y tropiezo de este camino recorrido que empezó con mi renacimiento.

En muchas ocasiones ocurre que algunas mujeres nos levantamos. Nos levantamos por diversas razones: porque hay una familia que hace de sostén, unas amigas de verdad o porque el feminismo viene a salvarnos la vida. Las que se levantan apoyadas en el feminismo no solo son muchas más, sino que su alzamiento es más férreo y estable. No digamos cuando una mujer, como en mi caso, tiene unas alas tan poderosas como el feminismo y las amigas; a esa mujer es posible que solo pueda volver a hacerle caer la mismísima muerte. Tras levantarnos, el camino a recorrer no es fácil, no es el final feliz de un cuento infantil, es el recorrido de Sísifo, con la diferencia de que, cuando llegamos al final, nosotras mismas tiramos la piedra y miramos riendo cómo cae, sin ninguna intención de volver a bajar por ella. 

Ese camino, además es un camino de búsqueda. Cuando es el feminismo quien te alza, se convierte en un enjambre de posibilidades que se ofrecen como bombones en una confitería y es difícil encontrar un espacio que, en esas condiciones de debilidad emocional e inestabilidad mental y física, responda correctamente a las necesidades de la mujer que ha decidido levantarse y andar. Pero el saberse elevada por tan poderosa fuerza que es el feminismo, el entender que no existe otro camino, el pensarse y creerse parte de una lucha que está dirigida a todas las mujeres del mundo, cuyo fin es que ninguna otra tenga que pasar jamás por ninguno de los infiernos que el patriarcado nos tiene asignados por nuestra condición de mujer es un motor imparable que empuja a la feminista y hace que busque, busque y siga buscando su lugar en la lucha y su mejor manera de aportar.

Y fue así cómo aterricé en Vanguardia Feminista, cómo encontré ese espacio en el que tanto he aprendido y tanto he crecido en este último año. Por eso, tras este primer año de nacimiento y crecimiento, quiero dar las gracias a las mujeres que forman parte de Vanguardia Feminista por todo lo que me han dado, por haber entendido todas y cada una de mis flaquezas verbales y conductuales, por haber sabido adaptarse y crear esta hermandad de la que tan, tan, tan orgullosa me siento. Sin edulcorante alguno, sin ningún artificio ni lentejuela, desde la militancia y el trabajo político, he encontrado humanidad, familia y sustento emocional. 

GRACIAS 

3 comentarios sobre “Historia de un alzamiento

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