Supernutrición feminista

Análisis personal y nada científico del activismo feminista

Los personajes y las historias que aquí se cuentan son inventadas, aunque podamos encontrar situaciones semejantes en la realidad.

Como cada año, pasó el 8 de marzo y las feministas no dormimos, no comimos, ni vivimos prácticamente en los días previos, desbordadas por las preparaciones para la fecha más reivindicativa del año en nuestras ya saturadas agendas. Mucho más en los últimos años, en los que hemos tenido que sumar a nuestra lucha la expulsión del patriarcado entrista que se persona en forma de activismo generista queer. Este año, durante los preparativos, había una reflexión que me latía y quería darle forma. Tiene que ver con un fenómeno que he observado en lo que se refiere esta actividad política: independientemente de las individualidades, que siempre van a estar presentes, puedo decir que hay grandes grupos que destacan entre las feministas con las que me he topado en esta actividad frenética. Estamos las que somos de sangre caliente, como yo, somos activistas, al menos en los últimso años; están las feministas de pluma y papel, de tertulia, de café, de pausa de todas las cosas, del vamos despacio…, y luego están las otras, las que inflan el feminismo, no su ego, por las que yo vengo aquí a partir mi lanza. Pero lo peor de todo es que estas formas de hacer feminismo y esos egos que tenemos algunas y nos gusta sacar a pasear de vez en cuando tienden, obviamente a enfrentarse y a causar no pocas fricciones y eso se hace doloroso. Aunque tengo las herramientas para hacerlo, no es mi intención dejar aquí un estudio meticuloso de carácter histórico que justifique estas maneras de hacer feminismo, sino defender aquí y ahora a las otras, de las que quiero hablar.

Es fácil para mí decir, como digo siempre, que soy feminista desde los doce años o parafrasear a Paloma Pedrero diciendo que soy feminista desde que nací… cuando mi actividad más frenética, más allá de mi labor en pro de la coeduación que llevo más de dos décadas ejerciendo como docente, se cristalizó en los últimos cuatro años. Más mérito tienen las grandes mujeres que me enseñaron tanto con sus escritos, con su formación y su lucha previa por mis derechos, centrada hoy su actividad en tertulias, cafés, webinars, artículos, podcasts…, aunque a veces esa quietud provoque que el bazo nos haga sufrir desasosiego a algunas con los límites de la paciencia ya superados hace muchos años.

Unas y otras tenemos la fea costumbre, en alguna ocasión, de repartir carnés de feminismo y buscar deméritos en las encumbradas o abrirnos el pecho cuando nuestro ego se ve pinchado por cualquier púa de esos erizos que somos las mujeres como víctimas que somos todas, sin excepción, de alguna u otra manera, del terrorismo machista. Pero el feminismo sigue su andadura, a pesar de todo. El feminismo llena trenes y para leyes, el feminismo llena las calles y le planta cara al caballo de Troya y poco a poco va ganando la guerra. Y no es gracias las que blandimos nuestros méritos, libros, carnés o tertulias. Es por ellas, de las que hoy quiero hablar y, sobre todo, a las que hoy quiero decir GRACIAS.

Hoy vamos a hablar de Mari Carmen, hija de un trabajador de fábrica, de cuando en España había fábricas, y una madre que trabajó un millón de veces más que su marido, aunque nunca cobró un céntimo por ello. Mari Carmen fue muy buena estudiante y vivió una época en que la hija de la obrera fue a la Universiad. Tuvo becas, brilló como estudiante y tuvo un novio bueno con un buen trabajo con el que terminó casándose y teniendo hijos. Su marido tiene un buen empleo muy bien remunerado, a pesar de tener menor titulación que ella. Ella también tuvo pronto un empleo por su brillante expediente, pero no tan bien pagado como el de su marido, por eso lo dejó cuando tuvo hijos. Lleva toda su vida entrando y saliendo del mercado laboral y, al ser sus hijos ya mayores, ha logrado un poco de estabilidad. Mari Carmen está extenuada: a su empleo, mal pagado y agotador, se suma la labor de mantenimiento de su casa casi en exclusiva y ahora la atención a su madre, suegro… Ya no recuerda lo que es dormir más de seis horas o comer sentada y relajada. En el 2018 Mari Carmen decidió acudir a la manifestación del 8 de marzo y emepezar a leer, escuchar y gritar que la revolución será feminista o no será.

También vamos a hablar de Marisa. Marisa no pudo estudiar. Desde bien pequeña se implicó en el trabajo esclavo de las mujeres en su familia de origen y no encontró mucho tiempo para los estudios. El cariño y el respeto que despertaba entre los suyos tal dedicación era mucho más importante que su posible carrera profesional. Si bien es cierto que no se le daban nada mal las cuestiones académicas y de pequeña, como ella siempre dice, sacaba muy buenas notas. Marisa tuvo algún que otro empleo muy mal pagado y en condiciones muy poco favorables. Cuando se casó con su novio, enseguida se quedó embarazada, perdió el empleo y no logró encontrar otro. Decidió entonces dedicarse exclusivamente a su nueva familia creada y ser la esclava de quien ella había elegido, no de quien la vida le había impuesto. Ahora los hijos de Marisa son adolescentes, ella está muy implicada en su educación y es una madre que no despista la atención y necesidades de su prole. Su hija mayor es lesbiana y ha contado con el apoyo incondicional de una madre que hace de escudo ante los miembros de la familia que no parecen asimilarlo nada bien. La vida de Marisa es dura y por su hija haría lo que fuera, por eso está enfrentada a medio mundo: su matrimonio estalló y todas sus relaciones familiares que tanto había cuidado volaron por los aires. Pero Marisa es una luchadora y sigue apoyando a su hija, que está viviendo un infierno. En todo este polvorín, llaman a Marisa del instituto donde estudia su hija para decirle que, tras una charla que les dio no sé qué asociación, su hija decide que quiere ser un hombre. Marisa, que también ha llegado al feminismo hace poco, como Mari Carmen, no va a permitir que sigan dañando a su hija y lee, escucha, se forma y forma ya parte del ejército feminista.

Por último, quiero hablar de Mónica. Mónica es tímida y callada. No viene de una familia especialmente reivindicativa. Acaba de aterrizar en el mundo laboral y está empezando a labrar su vida. Es muy joven y aún no ha decidido si quiere tener descendencia o no. Tiene pareja, pero no tiene muy claro qué quiere hacer en el futuro próximo. Mónica llegó al feminismo como repulsa a la cara más atroz del terrorismo machista que sufrió su hermana mayor, cuyo marido está en la cárcel, después de haber sumido a toda la familia en los horrores del miedo, la angustia que esta espiral de violencia supone. Este punto de inflexión puso a todas las personas de su entorno en alerta, pero Mónica dio un paso más y se alistó a las filas del feminismo. Está en una asociación y lleva años leyendo, escuchando y formándose.

Son las Mari Carmen, Marisa y Mónica las que necesitamos en la lucha. Son ellas las que harán la revolución, las que van a abolir el género, la pornografía y prostitución. Es a ellas a las que debemos aupar, mimar, formar. Son las que este último 8 de marzo decidieron acudir a las convocatorias abolicionistas. No saben nada de nombres y apellidos, de femstars, de luchas de egos, de puntos y comas, ni de nada. Solo saben que esto no puede seguir así y que no pararán nunca.

La lucha diaria y continua es cansada y peligrosa. Se puede hacer de formas diversas e infinitas. Desde las hermanas organizadas tomando las calles en cada fecha señalada o no, hasta las decididas a entrar o ya entradas en las instituciones y los órganos donde se toman las decisiones, tanto en agrupaciones políticas tradicionales como en partidos políticos feministas, como el Partido Feminista de España, Iniciativa Feminista o Feministas al Congreso. Y en todos esos lugares deben estar Mari Carmen, Marisa y Mónica, porque no hay nada que las pare, porque vienen cargadas de futuro.

Aunque nuestras tertulias, artículos, cafés, libros y charlas les den el plato en que servirse, ellas son nuestro alimento, nuestro aire y el feminismo que nos viene. No son blancas, ni gitanas, ni negras, ni pobres, ni ricas. Son todas ellas. Son la lucha por la liberación de la mujer. Son ellas las que nos dan lecciones cada día.

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