A partir del 1 de enero los permisos de paternidad se igualan a los de maternidad y ello ha vuelto a traer al frente el viejo debate dentro del feminismo aún sin solucionar. El abanico de posturas que inundan las redes sociales al respecto abarca desde el postulado que defiende la necesidad de que sea la madre y no el padre quien acompañe en la crianza hasta el tan acertado como irónico comentario sobre las vacaciones de que disfrutarán muchos mientras siguen siendo las madres y abuelas quienes cargan con el grueso del trabajo. La maternidad es la palabra que hace temblar los encuentros feministas y que lleva décadas en el rincón de los puntos oscuros de la lucha, por el sangrado mental que produce entre algunas. Aunque en el origen del movimiento no quedara reflejado para los anales como uno de los puntos incluidos en la agenda política, en las últimas décadas ha entrado con fuerza y ha enfrentado posturas dentro de las diferentes corrientes.

No es este el momento ni el lugar de hacer una análisis diacrónico del tratamiento del tema en el feminismo, ni siquiera tiene este pobre pergamino ensayístico multiuso ínfulas de profundos análisis filosófico-antropológicos del asunto. Pero, desde hace décadas, la que escribe sufre un profundo prurito ideológico que le hace muy incómoda la lucha feminista y ha decidido, porque puede, entre otras razones, argumentar su opinión al respecto, trabajada con meditación y aliñada con lecturas y formación durante décadas.
Dichas estas razones y excusas de cobarde ante la pronosticada lluvia de golpes de fuego amigo que me vendrán tras publicar este post, empezaré enmarcando mi postura en el ideario donde se asienta desde sus inicios. Si quien lee estas líneas lleva tiempo siguiéndome y conoce mis preferencias políticas, sabrá que soy marxista, materialista, por tanto. El análisis materialista marxista tan bien aplicado al feminismo por otras referentas mucho más listas y formadas que yo nos deja una premisa difícil de refutar: la mujer es una clase oprimida por el hombre y el origen de esa opresión es su capacidad reproductiva. Nuestra plusvalía sería todo ese trabajo no remunerado ni reconocido que venimos haciendo en los últimos milenios y del que no nos llegamos a beneficiar ni en un 10%. A partir de este momento creo que conviene advertir que quien no comparta esta base ideológica, difícilmente compartirá el argumentario que sigue.

El sistema en el que se asienta esa opresión de la mitad de la Humanidad a la otra mitad lo conocemos, también desde hace unas cuantas décadas, con el nombre de Patriarcado. Ese sistema opresor evoluciona y varía a lo largo de los siglos manteniendo inmutable esa desigualdad que necesita por ser pieza fundamental de todo el engranaje. Ha conocido formas que aún existen en parte de nuestra geografía, como el llamado Patriarcado de coerción, que es aquel en el que la mujer es consciente de su sometimiento, pero la acepta por razones de rechazo social, miedo, castigo… Lo encontramos en culturas como la islámica (pero no solo, que conste). Sin embargo, el Patriarcado que triunfa en el Capitalismo es el que se conoce como el de la libre elección.
¿Qué significa eso de la libre elección? Es un mito muy bien diseñado que el sistema divulga entre sus acólitos para justificar no solo gran parte de las violencias que sufrimos las mujeres, sino también toda nuestra opresión. Lo solemos criticar mucho, por ejemplo, cuando argüimos contra el horror del negocio de la violación que el Patriarcado lleva siglos disfrazando eufemísticamente con términos como prostitución o pornografía. Las feministas (no voy a decir abolicionistas por evitarnos el pleonasmo) sabemos que ninguna mujer elige libremente dejarse violar por dinero, pero se nos bombardea con ese absurdo desde los sectores próximos al proxenetismo y los violadores moralistas (es decir, los puteros). Esta explicación se puede extender a absolutamente a todos y cada uno de los actos que realizamos las mujeres (y que no hacen los hombres) a lo largo de nuestra vida. No nos arrancamos el vello de la piel por libre elección, ni elegimos libremente la empatía por encima de todo, anteponiendo la atención y el cuidado a cualquier persona antes que a nosotras mismas.

Tampoco elegimos libremente ser madres
Hacemos todo esto porque estamos programadas para ello por el propio sistema. La maternidad está impuesta del mismo modo que la depilación. Son estereotipos que asumimos porque las personas somos animales sociales y necesitamos la sociedad para sobrevivir. No elijo depilarme, maquillarme o vestirme como me visto; lo hago porque mi imagen es la puerta que me abre las relaciones con el resto de la humanidad y es un precio que considero asequible. La maternidad la elegimos las mujeres porque la sociedad nos lo ha imprimido en nuestras neuronas desde el nacimiento hasta el último de nuestros días fértiles.

Entonces, si la maternidad no solo no se elige libremente, como la prostitución, sino que, además, es el origen y la causa de toda nuestra opresión ¿por qué las feministas no están también de acuerdo en su abolición? Obviamente, cuando hablo de abolición de la maternidad, no estoy haciendo ninguna apología de la extinción de nuestra especie. Tampoco es este el momento ni el lugar para el debate sobre el tema del exceso de humanos en el planeta y cómo convendría reducir la tasa de natalidad… Este es el foro en el que quiero explicar por qué creo que debe abolirse el trabajo reproductivo. Los cuidados, como tanto le gusta llamarlos a la posmodernidad, deben socializarse. Hace ya trescientos años que se socializó la educación y la mayoría de la población parece beneficiarse de ello. No creo que la solución esté en dar permisos a las madres para que se aparten de su carrera y vuelvan a la condena de la crianza en sus casa, ni en concedérselos a los padres que, como ya se ha dicho más arriba, en la mayoría de los casos no se van a responsabilizar en la misma medida que la mujer.
La naturaleza ha preparado a las hembras para que desarrollen una dependencia hormonal de la oxitocina que ayuda en un estado salvaje a que no abandonen a sus crías en aras de la supervivencia. Pero en el siglo de la nanotecnología esa dependencia la aprovecha el Patriarcado para que elijan libremente estar con sus criaturas antes que estar desarrollando su actividad profesional, artística, intelectual e incluso activista.
En un país en el que apenas hay servicios de guarderías y se utiliza políticamente la enseñanza de 0 a 3 años como moneda de cambio sin acabar de instaurarla, nos miramos en el espejo patriarcal de países donde se les ofrece a las mujeres jaulas de oro, incluso con buenos sueldos, para que abandonen cualquier otro sueño que no sea el de servir a su comunidad como deben: siendo madres. Se ha dicho que la igualación de los permisos ayudará en la inserción laboral de la mujer, porque la maternidad ya no será excusa para… Exacto: excusa. Yo no creo que las cosas vayan a cambiar, porque la posible maternidad no era más que eso: una excusa para cerrarnos las puertas de donde el sistema nunca quiso tenernos, el mundo laboral.
Es posible, que en un futuro utópico feminista, que cada vez dudo más que llegue, haya hombres y mujeres que prefieran estar cuidando de sus hijos que haciendo cualquier otra cosa; esa sociedad premiará probablemente a esas personas por tal sacrificio. Pero en esta sociedad, más bien distópica, las medias jornadas, los permisos, todo el trabajo reproductivo acaba siendo elegido libremente por mujeres en el 90% de los casos, con lo cual, ni los permisos de maternidad, ni los de paternidad, ni las reducciones de jornada nos hacen más libres, sino todo lo contrario.