Deleitarse con la música de Róisín Murphy forma una parte muy importante de mi trayectoria melofílica y destaco, de su fantástico disco «Róisín Machine», el temazo de «Narcisus»:
Róisín le da la voz que no tenía a Eco y canta su amor a Narciso reproduciendo el mito sin mayor interpretación que la exigida por la propia forma externa musicada.
Goces y excelencias musicales a parte, viendo el eco, permítaseme la fácil figura, que ha tenido en los siglos posteriores el mito de Narciso y todas sus revisiones, creo que toca entenderlo para poder destruirlo, como decía de los sonetos el gran Nicolás Guillén.
Narciso es un cobarde. Vive ignaro, además, de su pusilanimidad. Y, en esa ignorancia, es como más hiere.
Narciso no ama a nadie más que a sí mismo, antes y después de mirar su reflejo. Ha nacido y crecido en el privilegio masculino y desde ahí elabora y diseña toda su estrategia de destrucción. Ha aprendido con gran maestría que las mujeres son diseñadas para servirlo y amarlo incondicionalmente, también desde el momento de su nacimiento, e incluso antes, si su sexo es sabido. Narciso tiene millones de caras y millones de vidas y millones de cuerpos. Narciso empuña el arma que mata a cada mujer asesinada por ser mujer y lleva también el látigo emocional que sufren en sus almas otras tantas, tantísimas que asusta tanto contarnos que no nos cuentan ni cuentan con nosotras.
Pero Narciso no tiene ningún mérito, ni siquiera es bello, porque no lo necesita. Su belleza es metafórica, es solo una ilusión grabada a fuego por el patriarcado en la mente de la ninfa a lo largo de toda su vida. Narciso no es más que un aprovechado sin moral que martiriza por placer y beneficio propio. Apenas tiene que esforzarse para recoger el fruto de un sistema muy bien estructurado, que ha creado unas estrategias fuertes, asociadas a las emociones, para que la clase sexual oprimida, la mujer, esté disponible para él; quien se erige, asimismo, en una suerte de infernal círculo vicioso, en el ingenio más poderoso del patriarcado para perpetuarse aún en estos tiempos. Antaño era la mera coerción marital, en los últimos siglos es el mito del amor romántico la herramienta machista que moldea a las víctimas para Narciso. Él solo es un artesano que sabe usar muy bien sus herramientas para someter lo que está fabricado para ello.
En algunas ocasiones, Narciso llega a ser torpe y es entonces cuando su perversidad saca los colores a una sociedad que ya no sabe cómo tapar su ignominia. Cuando Narciso golpea es porque su ineptitud le impide doblegar a su abducida de otra manera. Esto ocurre en un número muy reducido de ocasiones. En la gran mayoría no necesita llegar a ello.
Lo peor de todo es que Narciso, la mayor parte de las veces, no se suicida ni vive en el infierno viendo un reflejo que no es el que ama. La realidad es que Narciso muere en la cama, de viejo y cuidado por su víctima.
Sin embargo, Narciso debe morir ya. ¿Qué Némesis lo va a matar? Quizá todas, emulando la historia del senado romano con César, debamos clavar una puñalada cada una hasta que no quede una gota de sangre en sus venas.